viernes, 31 de agosto de 2007

El retrete de los ángeles. (1)

Art by G. Sicre.

El eco de las risas, del muac de los besos, del tono agudo de euforia, más el olor dulzón de decenas de perfumes, mezclado con el de efluvios naturales varios; configuraban el ambiente de su teatro de trabajo. Hacía años que era encargado de mantenimiento de la Pasarela. Aparecía cómo un insecto atraído por el olor de la descomposición. Sabía tanto o más que Horatio, de la relación existente entre una huella de cualquier textura y el individuo responsable de la misma. Siempre hacía lo mismo, se sentaba en una de las sillas del público y cerraba los ojos durante unos minutos, era uno de los pocos privilegios que tenía. La cultura adquirida durante su juventud, en la universidad y su posterior actividad profesional como arquitecto, le había proporcionado un buen número de puntos de referencia y una visión profunda del entorno real en el que se movía. Su casa, el metro, su cuarto de trabajo y un sinfín de herramientas perfectamente ordenadas en sus cajas o colgadas de las estanterías. Todo tenia un sentido muy específico, tenía muy pocas cosas o ninguna que no se pudiera utilizar para aflojar, apretar, doblar, ensanchar, cortar, estrechar, revirar, calentar, triturar, ajustar, medir, ampliar, iluminar, tornear, limar, colgar, soldar, engrasar, secar, afilar, humedecer, pegar, flejar, enroscar, diluir, separar, pintar... se golpeó la cabeza con la mano y la retahíla cesaba. Era una de las secuelas que le había dejado la cocaína. Se quedaba engatillado de vez en cuando, sobre todo si observaba cosas que tenían una relación de orden, o continuidad, también luces de ciertos colores, sobre todo las frecuencias próximas al violeta. No solía darle importancia a tal sensación, incluso le resultaba placentera si estaba solo, como era el caso. Las filas de sillas habían sido las causantes ahora. Cerró los ojos y aspiró lenta y profundamente; el aire inundó sus pulmones y unos cientos de ácaros se unieron a los que ya estaban agarrados de los pelos de su nariz y reproduciéndose, o por lo menos intentándolo. Le esperaba una dura noche de trabajo, pero todo estaría perfectamente limpio e higienizado por la mañana. Por eso había conservado su puesto durante años y era uno de los pocos que podía moverse entre el detrito dejado por un desfile de modas.

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